domingo, 24 de agosto de 2008

Una cosa por otra

Hay personas a las cuales les resulta fácil responder a una pregunta con lo que creen, con lo que sienten o con lo que les pasó. A mi NO.

Aunque haya recreado mil veces el diálogo en mi cabeza, aunque se lo haya dicho de mil maneras frente al espejo, en la cama antes de dormirme, en la micro, donde sea... al momento de responder, de mi boca sale otra cosa. Lo siento, no puedo.

Me lo he repetido un montón de veces en un montón de momentos distintos... pero no importa. A la hora de la verdad lo que digo es siempre lo que me parece más normal, más lógico... lo que 'debería' estar diciendo y no realmente lo que pienso/siento/pasó.

Lo que es peor: me creen. No hay preguntas y pasa a ser una verdad aceptada. En ese minuto ya no hay vuelta atrás. La mentira está dicha, fue creída y mis intenciones se fueron al carajo. Y si bien no puedo dejar de sentir un cierto alivio porque NO tuve que dar la gran explicación, NO tuve que confesar lo que, por algún motivo, me avergüenza, espanta... o simplemente me es difícil (imposible) contar... al momento siguiente, cuando pasa el alivio, viene la angustia y una sensación de enorme soledad.

Porqué sé que hay cosas con las que me iré a la tumba. Cosas de las que ni siquiera me acuerdo. Mentiras sin importancia que quedarán ahí, inocuas y sin consecuencias, olvidadas en algún rincón de la mente sin ser dichas, sin que nadie las denuncie como la mentira que son, sin que nadie sospeche la verdad.

Y si algunas las digo y las olvido sin más, hay otras que me duele guardármelas. He pasado horas pensado cada palabra, verbo, sustantivo, adjetivo que voy a usar para decirlo, pero llegado el momento me los guardo, digo otra cosa... y duele.

¿Por qué lo hago? Podría argumentar que se trata de mi insufrible orgullo, por ejemplo, y creo que no estaría lejos de la verdad. Sin embargo, hay algo que sigue sin calzarme: cuando me imagino diciendo "sabes qué, en realidad me pasó esto y no esto otro", es a una persona de mi más absoluta confianza (me sobran los dedos de una mano), con la que, se supone, el orgullo ya no debería importar tanto. Algunas de las pocas personas que me han visto tanto riendo como llorando a mares, hecha pedacitos... entonces ¿por qué?

No se trata de confianza en el resto... confío en ellos más que en mí misma. Se trata de mi soledad. Mi soledad es celosa y no deja que nadie se interponga entre ella y yo. Hemos pasado demasiados años juntos y se cree con el derecho de sacármelo en cara. Quizás lo tenga.

Sacarme en cara de que ha sido ella la que me ha acompañado todos estos años, que ella es la única realmente fiel, que sólo ella me puede alegrar tanto un día como hacerme llorar hasta quedarme dormida entre sus brazos... que mis secretos le pertenecen, como parte de mi vida misma.

No me estoy quejando de esta relación, entiéndame: yo también amo a mi soledad. Simplemente que a veces me gustaría que fuera una relación más abierta. Pero sé que no puede ser así... en el fondo ni yo misma lo deseo. ¿Para qué? Hay cosas que no queremos saber, hay cosas que no quiero que nadie sepa de mí, piezas del rompecabezas que quiero esconder del resto... en este juego yo tengo las fichas marcadas y hay algunas que jamás podrán encontrar.

Finalmente, es el dolor y la soledad que yo me busqué, las cosas que no dije porque yo no quise, las piezas que oculto porque yo quiero ocultarlas. No se trata de que las busquen, ni de que las adivinen... se trata de ver qué pueden hacer con las que tienen ¿quererme? ¿mandarme al carajo? ¿ignorarme? Esa es su decisión. Yo ya tomé la mía.

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