Algo me pasa con el gremio femenino que no puedo sentirme parte de él. Nada que me moleste mucho, más bien me causa cierta extrañeza... y como me encanta observar fenómenos sociales y dar teorías al respecto (y eventualmente después degradarlas y reírme de ellas), aquí va mi pequeño e incompleto análisis al respecto.
Una de las cosas que me molesta del gremio es su incontenible afán de contarse intimidades propias y ajenas, sufrimientos y desdichas con las que hacer causa común, sentirse identificadas y generar eso que llaman ‘solidaridad femenina’.
Pero lejos lo que más rompe el par que no tengo es ese rol que asume un sector delgremio ante las penas de amor, que está compuesto por la tríada de la sufriente espera, el vengativo despecho y el amor tortuoso. Actitudes que me parecen del todo detestables.
No me gusta cuando las propias mujeres se victimizan, se muestran como seres frágiles, vulnerables y sacrificados; no me gusta que siempre el culpable sea un hijo de puta (más allá de que, incluso, pueda serlo). Finalmente (y como ya dije en un post anterior) son ustedes (no me considero parte del gremio) las que eligieron a un imbécil, ustedes le creyeron y, por las razones que sean, amor o dependencia emocional, les dieron permiso para que se limpiaran el trasero con su corazón.
Quizás sea el punto de vista de una persona que suele cargarse con más responsabilidades de las que debería, pero lo cierto es que eso, que puede ser en algunos casos un defecto, también se puede convertir en una virtud que pueden usar a su favor. Asumir por lo menos la culpa de haberlo elegido, aguantado y creído en él ya es algo valioso, no para que se sientan unas idiotas (aunque hay que admitir que un poco de eso hay), sino para saber que, por lo mismo, está en sus manos no repetirlo.
Creo firmemente en que siempre, en toda circunstancia y bajo toda presión, siempre, hay un margen de acción y libertad. La última palabra siempre la tiene uno, aunque todo se esté yendo al carajo. La decisión de salir adelante, de olvidar, de renunciar... quizás no podamos dejar de amar a alguien, pero creo que sí se puede hacer un esfuerzo por tratar de salir lo mejor parados posibles, de reconstruirse, de pararse y seguir.
Ahora, quizás a algunas personas el proceso se les facilite con un buen par de puteadas, qué sé yo... sólo que no es mi método. Los que de ninguna manera considero métodos válidos son psicopatear, hacerse la víctima y tratar de reducir la importancia del hijo de puta en cuestión.
Lo de psicopatear creo que no tiene mucha explicación. No, dejen de llamarlo todos los días, de provocar encuentros ‘fortuitos’, de ir a buscarlo al lugar de estudio/trabajo, de tratar de averiguar si está saliendo con otra, de revisar su fotolog/blog/facebook, etc, etc, etc. No es sano, en serio. Y tampoco es muy digno que digamos.
Con respecto a lo otro...
Más de alguna vez he leído/escuchado cómo un consuelo frecuente para la amiga que sufre una pena de amor es el argumento de “olvídalo, ese wn no vale la pena, es un pobre tipo que no te merecía, guárdalo en la mente como el insecto sin importancia que es”. No creo que sean argumentos correctos. La razón es muy simple: por muy hijo de puta que haya sido un hombre, puede que haya sido un hijo de puta importante en nuestras vidas, y en ese caso, restarle importancia es un tremendo error.
Creo que uno necesita enterrar a sus muertos y darles el lugar que se merecen en el alma. Y, nos guste o no, ‘merecer’ ese lugar está lejos de tener que ver con lo buena o mala que fue una persona con uno. Un hijo de puta perfectamente puede merecer un lugar importante en el corazón, simplemente porque marcó nuestras existencias.
Tratar de olvidarlo o menospreciar su importancia, no sólo es una tontera, sino que puede llevar directamente a tropezar con la misma piedra. Hagan lo contrario, constrúyanles una lápida bien grande para que no se olviden de él, lo que sufrieron y, sobre todo, los errores que cometieron.
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Conversando con mi novio, él opina que mi particular visión acerca del gremio se debe a que tengo una manera de ver las cosas y de ver la vida muy realista. Mis rollos mentales suelen quedarse bien guardados en mis sueños, pero en el día a día evalúo, pienso y actúo con lo que tengo y para que sea lo mejor para mí.
A eso yo le agrego mi orgullo. Me confieso orgullosa, y así como eso me ha traído un par de problemas y dolores de cabeza, también he sacado cosas positivas de él. LA vez que estuve a punto de enamorarme de una persona que no me correspondía, decidí que debía dar el paso al lado, dignamente. Nada de tragedias griegas (al menos no para el mundo exterior). Claro, anduve algún tiempo pegada, pero nada terrible, comía y dormía normalmente =P.
Finalmente, escribo sobre el gremio porque me atrae y fastidia a partes iguales. Imposible no sentir curiosidad ante chicas que pueden ser unas perfectas desconocidas, pero que ante temas como las liquidaciones, los desamores y el sufrimiento, se convierten en hermanas. Se cuentan sus intimidades (y las del resto), lo que hicieron y lo que dejaron de hacer, sus planes de vida y sus fracasos y desilusiones amorosas con lujo de detalle.
Y me fastidia. Si claro, a veces conversar de tus problemas con el resto te ayuda, porque te hace mirarlo desde otro punto de vista y blablabla... pero realmente te ayuda contárselo a 20 personas, conocidas o desconocidas? No está teñido tb de algo de autocompasión? Quieren que las ayuden o simplemente que hagan causa común?
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