jueves, 26 de noviembre de 2009

Vida, muerte y lo que hay entremedio

“But now I have come to believe that the whole world is an enigma, a harmless enigma that is made terrible by our own mad attempt to interpret it as though it had an underlying truth”.
Umberto Eco

Lamento no haber publicado nada recientemente, he estado bastante ocupada en estos días sobre todo debido a un hecho en particular: el nacimiento de los hijos de mi gata. Sucedió el sábado a eso de mediodía y realmente fue algo maravilloso. Yo ya había visto nacer antes a gatitos (los hijos de la Niña), pero de eso ya han pasado unos 10 años y ahora volví a emocionarme.

No sé si a ustedes les ha pasado, pero estar presente en algún nacimiento debe ser uno de los instantes más mágicos de la vida. Es curioso, pero ahora que escribo de esto y trato de describir lo que sentí en esos momentos, lo primero que se me vino a la mente fue una imagen de muerte: la imagen de mi padre en el ataúd.

Son momentos de cambios profundos, de tránsitos entre lo que no conocemos y este mundo, entre ese vientre oscuro donde se formaron esas 4 ratitas a partir de un par de células y la posibilidad de poder verlas y acariciarlas. Pero también es el proceso inverso, ese por medio el cual algo que estaba vivo pierde esa llama.

También me pasó cuando murió mi gatita, hace poco. Yo sostuve su cabeza entre mis manos y no paré de hacerle cariño, mientras el veterinario aplicaba distintas inyecciones que finalmente la dormirían para siempre. Primero sus ojos se cerraron y después su respiración se fue haciendo cada vez más débil, más lenta, más tenue, hasta que ya no respiró más. Y entonces eso a lo que acariciaba seguía siendo el cuerpo del ser querido, pero ya no era mi gata, era ‘algo’ a mitad de camino entre lo que amaba y materia en proceso de descomposición.

Cuando mi papá agonizaba en el hospital volvió a ocurrir, pero esta vez el proceso fue tan lento que parecía que no avanzaba. Durante un poco más de mes y medio, mi papá estuvo inconsciente, postrado en una cama, conectado a diversas sondas que introducían y extraían sustancias de su ser. Ese cuerpo era el de mi padre, pero lo cierto es que cada día que pasaba se asemejaba menos a mi padre. Era como si los rasgos fuesen perdiendo esa fuerza vital que los animaba... como si una parte se hubiese ido, dejando a la otra sin carácter propio.

El proceso culminó el día que lo ví en el ataúd. Era mi padre, por supuesto que era él, pero al mismo tiempo era un cuerpo, una parodia de ser humano, un ‘algo’, no un ‘alguien’.

Es difícil de explicar, pero me pasa que en estos momentos tan disímiles entre sí he sentido esa puerta, ese límite entre lo que somos y cuando ya no se es, entre lo que no estaba y lo que ahora vive. Es como cuando lees Frankenstein en el momento cúlmine, cuando ese constructo, ese amasijo de carne se vuelve un ser viviente y aún así nos enfrentamos al misterio del ‘qué es eso’, y nos quedamos pasmados ante el hecho tan simple de la vida. Tan simple, pero que lo es todo.



“El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado”.
Mahatma Gandhi

*Imagen sacada de http://redjuice.deviantart.com/art/Life-and-death-49885704

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Respuestas malditas

Una vez hace varios años, estando en la Facultad una mañana heladísima de invierno, llegó una amiga atrasada mientras nosotros estábamos comprando tecitos en el kiosko. Saludó a todos con el “Hola, cómo estás?” de rigor, y todos respondieron con el “Bien gracias ¿y tú?” de rigor... hasta que llegó a mí.

- Hola, ¿cómo estás?
- Pésimo, gracias.

Hasta el día de hoy me lo saca en cara muerta de la risa. Claro, en ese momento me quedó mirando con una cara como si hubiese visto un extraterrestre moquillento y de voz ronca (que estaba con una gripe de aquellas y realmente me sentía horrible).

La anécdota me hace gracia porque demuestra (una vez más) que la mayoría de nosotros no estamos preparados para escuchar una respuesta alternativa a una pregunta que creemos obvia. Por el contrario, nuestros oídos están adiestrados para escuchar las respuestas tipo que suelen darnos (y que damos) ante preguntas como “¿cómo estás?”, “¿qué hora es?” o “¿cómo te ha ido?”. Un “pésimo, gracias”, “qué te importa” o “porqué no te compras un reloj”, son excepciones a la regla, son ruidos raros, pequeñas subversiones... son lo inesperado.

Pero el punto es que muchas veces estas “respuestas malditas” encierran más verdad que una respuesta tipo. Ese día realmente me sentía pésimo. Claro, podría haberle dicho “bien, gracias, pero la verdad es que ando con una gripe del demonio”. Pero me salió del alma. Me sentía mal y simplemente lo dije, sin pensar siquiera que era algo tan raro (todavía no sé porqué se extrañó tanto).


"Unexpected Answer" de René Magritte.

Pero respuestas malditas hay siempre, para todo. Que no las ocupemos lo suficiente no significa que no existan, significa que las escondemos por vergüenza o para ser políticamente correctos. Porque así como uno puede contestar un inocente “pésimo, gracias”, hay otras respuestas a preguntas de mayor calibre que suelen caer muy mal... pero que a veces tienen mucho de verdad.

Pondré un ejemplo bastante fuerte: el aborto.

Hace un tiempo en un sitio bastante interesante, nos trabamos en una discusión sobre el aborto a raíz de un caso muy polémico acá en Chile. Se trataba de una chica de 14 años que fue violada a pocas cuadras de un cine donde acababa de ver una película con su novio. No bastando con el trauma que significa el abuso, la madre tuvo que recorrer varias farmacias buscando la famosa píldora del día después, sin éxito. Finalmente, y después de varias horas, se le suministró un tratamiento hormonal alternativo.

Como a los que nos gusta discutir tenemos debilidad por la ficción y los “qué habría pasado si...”, comenzamos a hablar sobre el aborto y qué habría pasado si la chica hubiese quedado embarazada de su violador en un país como este, donde el aborto es un delito.

No puedo decir que esté a favor del aborto, porque es una trampa lingüística. Simplemente no veo motivos suficientes para estar en contra, sobre todo en aquellos casos de violaciones, malformaciones o peligro de la vida de la madre. Pero tampoco me complica mucho la vida que alguien decida hacerlo por opción personal.

Más allá de las posturas éticas y morales que puedan tener ustedes o yo, lo que a mí me importa es verlo como un tema de salud pública. Al año miles de mujeres abortan, y la gran mayoría de ellas lo va a hacer sí o sí, por más leyes restrictivas que existan. El problema es que algunas lo van a hacer en una clínica del barrio alto y van a presentar una licencia médica por apendicitis, o lo van a hacer al extranjero, y otras lo harán con un médico trucho o una vieja con cara de bruja, se meterán cualquier cosa con tal de sacar al parásito que llevan dentro y, probablemente, terminarán con una hemorragia y una infección de la puta madre. Eso es lo que a mí no me interesa que pase. Si lo van a hacer, bueno, que estén al tanto de todo, y que lo puedan hacer con las condiciones higiénicas mínimas. Punto.

Bueno, el caso es que uno de los participantes en la discusión me hace la pregunta del millón: “¿acaso crees que la vida de esa niña de 14 años vale más que la de un feto?”.

Pues sí.




A más de alguien puede sonarle incómodo, políticamente incorrecto o, incluso, aberrante. Pero lo cierto es que creo que, cuando se dan este tipo de discusiones se mezclan dos planos: el abstracto y el concreto con el sólo fin de confundir (o porque ya están demasiado confundidos).

Por un lado tenemos a la vida como concepto abstracto que para algunos tiene una especie de valor intrínseco (para mí es un hecho, simplemente). Y ahí están todas aquellas declaraciones, palabras de buena crianza y clases de catequesis que hablan de que la vida es hermosa y que ninguna vida superior a otra.

Por otro lado tenemos la vida real, donde ese discurso no siempre es 100% aplicable (por no decir que casi nunca lo es). Y en la vida real es incomparable la vida de una chica de 14 años que ama y es amada, que ha llorado y ha reído, que tiene familia, amigos y enemigos, en fin, que tiene una historia, con la de algo (o alguien) que tiene el ‘potencial’ para eso... pero que no lo es.

Por eso para mí es sí una y mil veces, aunque sea una respuesta maldita.

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Citas citables

Cita, s. Repetición errónea de palabras ajenas.
Ambrose Bierce, “Diccionario del Diablo”



Había en el Reader Digest una sección que me gustaba mucho cuando chica: las “citas citables”, una especie de compendio de las más altas cotas de inteligencia y estupidez, filtradas por el sentido común... o sea, una cosa rara.

Siempre me han gustado las citas. Me gusta buscarlas, escribirlas, darle vueltas en la cabeza. Creo que es una especie de talento eso de encontrar las palabras adecuadas para decir exactamente lo que quieres, con el dejo justo de ironía o el brillante sentido del absurdo.

Mis favoritas son las de Groucho Marx y las de Oscar Wilde. Me encantan que sean ácidos, que se caguen en lo políticamente correcto y en las convenciones sociales, que sean contingentes (a veces es una pena que sigan siéndolo) y sarcásticos.

Sin embargo, decir las cosas con la cantidad justa de sustantivos, adjetivos, inteligencia y humor no es algo que se no dé a todos por igual. Y si algunos simplemente no somos tan atinados o agudos, otros simplemente saben hilar dos frases para poner (una vez más) en vergüenza a la raza humana.



 Un de los tantos bombones de Crónica TV


Este es el caso tristemente* célebre de José Toribio Merino militar chileno golpista y amigo de la botella y las cámaras de televisión. Dice wikipedia que fue el hombre que “le puso hora y fecha al Golpe de Estado”, aunque yo más bien creo que se trató de delirios de borrachín (“Augusto, el 11 en mi casa, acuérdate de traer el whisky”).

José Toribio, mal recordado por tener su lengua indefectiblemente atascada por dudosos efectos de algún tipo de brebaje, fue quien por años sacó más de una sonrisa en medio de tiempos oscuros y turbulentos. Es más, en épocas donde había que elegir entre el Guatón Francisco y Pepito TV (personajes fomes donde los haya), él, conmovido por la falta de buenos programas de humor en la televisión, decidió instaurar una gran tradición: los martes de Merino.

Todos los martes este engendro entre un Rafael Gumucio borracho con el intelecto de Mariah Carey y la brillantez de George W. Bush, se mandaba largos discursos y análisis de política internacional frente a los tristes ojos de periodistas que tenían que ponerle el micrófono y aguantar firmes a que no se les escapara una carcajada. Dura tarea.

Aquí les traigo algunas de sus joyitas. Noten con especial atención el análisis que va desde el segundo 11 hasta el 29, más o menos.




Si no entendió bien, se los transcribo:

“Solamente Rusia, que es un país de esencia terrestre, ha podido aceptar ser marxista durante más de 50 años porque su población no tiene la dinámica de la población chilena que nació junto al mar, porque su población es semi vegetal”.

El Almirante, digno del más beodísimo respeto, nos muestra cómo se puede entender una cultura distinta a partir de su emplazamiento geográfico, demostrándonos que la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música (gracias San Groucho).

Nadie puede olvidar tampoco cuando llamó a los bolivianos “auquénidos metamorfoseados”, creando no sólo un neologismo, sino un nuevo concepto paradigmático.

Porque después de las citas sublimes, sólo las más patéticas, absurdas y estúpidas son las que vale la pena recordar.

"Citadme diciendo que me han citado mal"
Groucho Marx


* En realidad tristemente para los chilenos que lo tuvimos como Comandante en Jefe de la Armada y miembro de la Junta Militar, pero un chiste infinitamente mejor que eso para la humanidad.

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