lunes, 31 de mayo de 2010

Gracias por (no) fumar

Hoy es el día mundial sin fumar (sin tabaco lo llaman eufemísticamente… ja! Ojalá los que fuman, fumaran sólo tabaco) y realmente lo lamento… Que sea un sólo día, digo, porque por mí que fueran por lo menos 300 en el año.

No tan queridos fumadores: su humo molesta. Miren, en serio, no tengo problemas en que se maten como mejor les dé la gana, al contrario, creo que vivimos en un mundo superpoblado y tanto mejor si algunos se despachan antes (ojalá fueran los que tienen menos que aportar, pero eso ya es pedir demasiado). En serio, no tengo problema con la libertad de las personas para matarse como mejor les venga en gana*, siempre y cuando eso no afecte mi propio metro cuadrado. Son las reglas del juego, you know: mi libertad termina donde comienza la del otro. Una frasecita que parece tan simple y que, sin embargo, es tan compleja.

Por supuesto que su cigarrillo afecta mi libertad: no sólo me hacen fumadora pasiva, ergo, envenan mis pulmones (como si no tuvieran suficiente con la contaminación de esta maldita ciudad), sino que, además, es francamente desagradable el olor del humo del cigarrillo (ojalá fuera sólo tabaco, pero esa mezcla asquerosa huele podrida).


Ojo, esto NO es un llamado a que deje de fumar, sino a que deje de hacerlo en mi presencia (y yo no estar en la suya cuando lo haga =P).


Pasa que el humo del cigarro es algo totalmente invasivo: no sólo se te queda pegado en los pulmones, sino que en la ropa, en el pelo y, en los fumadores compulsivos, hasta en la piel (lo que es altamente anti-erótico, chicos; realmente da asco besar a una persona pasada a pucho**).

Lo confieso: detesto al cigarrillo, al humo del cigarrillo y, por extensión, a los fumadores que parecen chimeneas, esos que si no se fuman un cigarro cada media hora no saben qué hacer con las manos, los que se quedaron en la fase bucal y más encima son adictos no reconocidos. A esos, a ustedes: ¿no les tincaría fumar dentro de una escafandra, por ser?

Lo peor de todo es que hay pocos lugares para que los no-fumadores podamos a salir a tomarnos un trago*** y (que yo sepa) no existen discoteques para no fumadores, si quiero ir a una y bailar como poseída, estoy obligada a ser fumadora pasiva. Si eso no es autoritarismo, entonces qué es.

Con el tiempo me he tenido que ir haciendo una “ruta del no-fumador” con lugares donde puedo ir a comer, tomar té o tomarme un trago sin tener que estar soportando a una chimenea al lado. Es curioso cómo en algunos restaurantes, que se jactan de tener una cocina de nivel internacional, admitan a fumadores: con tanto humo el sentido del olfato se atrofia y, por ende, el sentido del gusto (por eso siempre desconfío de estos lugares).

Lamentablemente el día sin fumar no sirve de nada: ni los no fumadores podemos respirar tranquilos, ni los fumadores dejarán de suicidarse lentamente. Al fin y al cabo para muchos, hace rato que fumar ya dejó de ser una opción (aunque sigan teniendo esa tierna ilusión).


Si no han visto esta película, se las recomiendo totalmente ;) (esta es la primera escena, para que se enganchen =P).

PD: Por cierto, no encuentro nada más chistoso que la contra reacción de los fumadores en países con legislaciones altamente restrictivas en el tema del cigarrillo, como que fumar volvió a ser contestarios para ellos, se juran James Dean y minas liberadas de los años 20. Es como un deja vu.

PD2: Y para los que se pregunten: sí, si fumé de mona a los 14 años y dejé de hacerlo en honor a mi bolsillo, mis pulmones y mis neuronas.


* Lo cual incluye la eutanasia, por supuesto. En algún otro post la defenderé.
** Además la piel les queda con un sabor ácido, en serio, me lo contaron.
*** Conozco sólo uno, agradezco datos

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jueves, 20 de mayo de 2010

La loca de la casa

Hay libros buenos y libros malos, autores geniales y otros mediocres. Hay libros que uno quisiera incinerar y otros que dan ganas de tener la edición más bella que existe sobre la faz de la Tierra. Hay autores que dan ganas de matar a hachazos como a Stephenie Meyer y otros que esperas con ansías su nueva publicación. Hay algunos que te dan las incontrolables ganas de seguir leyendo hasta el infinito y más allá y los hay que te infunden unas ganas locas de escribir. Eso es lo que me pasó con “La loca de la casa” de Rosa Montero.

Pocas veces me había pasado con un libro que desde la página 1 me dieran ganas de sentarme al computador a escribir, que con cada párrafo que leía se me ocurría una idea (según yo) genial y que me desesperar de estar en la micro, por ejemplo, y no poder sentarme a escribirla. Era como una especie de incontinencia literaria.

Usualmente cuando leo un buen libro quiero disfrutar cada página, quiero llegar al final y que al mismo tiempo no se acabe nunca, claro de vez en cuando se me ocurren historias a partir de lo que estoy leyendo, pero las entretejo con calma y, algunas veces -las menos- llegan a ver la luz en tas páginas virtuales. Con este libro, en cambio, se me ocurrían mil ideas por minuto mientras lo leía… creo que si hubiese tenido un plumón más a mano habría dejado rayada la pared de mi pieza. Fue como si mi cerebro se hubiese partido en dos y mientras una parte disfrutaba del relato de Montero, la otra estuviese trabajando a full en crear algo propio.

Porque los libros no sólo te abren mundos aparte, sino que a veces te abren a tu propio mundo y sacan cosas de ti que ni siquiera tú sabías que estaban.

Me acuerdo de la primera vez que leí alguna de las instrucciones de Cortázar y traté de hacer mis propias (y bien pencas, hay que decirlo) instrucciones. Pero el problema con Cortázar es que tiene un estilo tan fuerte que cada vez que lo leo, por alguna razón, lo siguiente que escribo tiene algo de su estilo, como si fuera una imitación barata.

Hay autores, en cambio, que te abren a tu propio mundo. Es el caso de Rosa Montero y su libro “La loca de la casa”. Hace rato venía planeando una entrada para este libro, pero (como habrán notado) me dejé estar y preferí sacarme pelusas del ombligo. Sin embargo, aquí estoy escribiendo de nuevo (y de paso saltándome todos los post que había escrito y que venían antes).


"Alicia en el país de las maravillas" de René Magritte.

En “La loca de la casa”, Montero habla de todo a la vez en un relato disperso que tiene que ver más con encontrar recuerdos como tesoros en la cueva de Alí Baba, que con una narración cronológica. Y es que no podía ser de otra manera siendo el tema central del libro la imaginación, la “loca de la casa” como le decía Santa Teresa de Jesús.

La loca de la casa poco a poco se adueña de la autora, del libro y de nosotros mismos. Es que la loca nunca está tranquila y siempre anda vagando y metiéndose por todos los rincones de nuestra mente. A mi me ha jugado chueco con un par de recuerdos. Y no es poca cosa.

Por ejemplo, mi querida loca puso en algún momento de mi vida el “recuerdo” de haberme caído de las escaleras cuando era pequeña. Falso. Sin embargo no lo supe hasta años después cuando, dando el hecho por asumido, le pregunté a mi mamá qué edad tenía cuando me había caído, a lo que ésta respondió mirándome como si estuviera enferma: “pero si tú nunca te caíste de las escaleras, hija”.

No hay que tomarse muy en serio a la loca porque se envalentona y nos convence de que no está tan loca como dicen y ahí sí que estamos mal. Quién no se ha encontrado con que esa persona “maravillosa” a la que le habíamos colgado todas las características de la perfección resulta ser un tipo común y corriente pasando para cerdo insufrible.

Y la loca ataca de nuevo, no por maldad, sino porque le gusta soñar… y a nosotros nos encanta creerle. Es que cuenta cuentos muy lindos a veces la loca y de verdad queremos oírlos, y de verdad queremos creerlos.

"El poder blanco" de René Magritte.


Anécdotas propias que son falsas, y ajenas que son verdaderas, inundan las páginas del libro (que me dejó con unas ganas locas de leer la biografía de Philip K.Dick), que si bien tiene a la imaginación como tema central, también vuelve una y otra vez al tema de ser escritor (o escribidora, que no me alcanza para escritora). Todos los que nos apasiona escribir nos vamos a sentir indefectiblemente identificados con lo que describe la autora: cómo hilamos palabras cuando caminamos, cuando vamos en la micro, cuando nos duchamos… y cómo se nos escapan cuando queremos llevarlas al papel, justo cuando teníamos la frase exacta, las palabras correctas, la combinación perfecta. El capricho de las palabras y su infinita belleza, a veces incapaz de describir lo que sentimos, pero a la vez creadora de nuevos sentimientos.

O como cuando tenemos la idea perfecta y se escapa en una ráfaga dejándonos esa frustrante sensación de que no es que en realida dse nos ocurran verdaderamente, sino que siempre han estado allí y simplmente que unos tienen la suerte de que les "piquen" más frecuentemente, como las pulgas (como decía George Bernard Shaw).

En fin, no tiene mucho sentido re-escribir algo que ya escrito (y vaya qué bien escrito). Simplemente les dejo el bichito de la curiosidad y un par de links de otras personas (queridísimas personas) que también tuvieron que escribir algo después de leerlo. Léanlos aquí y aquí.

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