domingo, 20 de septiembre de 2009

La Niña de mis ojos

Estaba destinada a otra familia, a otra casa, a otra vida. Y sin embargo, se quedó conmigo. Hacía un poco más de un mes que se había muerto mi gatito cuando la vi. Debe haber tenido unos tres meses y era una cosa chiquita y moteada. “¿Viste que lindo el gatito que botaron?” le comenté a mi mamá lo suficiente como para que se le ocurriera que ir a buscarlo sería una buena idea. Salieron una tarde con mi tía y al rato regresaron con el tesoro. No fue necesario convencerla mucho: al poco tiempo ya nos había adoptado.

Después nos enteramos que una vecina de varias casas más allá la había traído como regalo para una amiga, pero la Niña se le escapó de la bolsa, sellando para siempre su destino. Y el mío.

No sé porqué le puse Niña, supongo que fue lo primero que se me vino a la mente y lo disculparé escudándome en mis cortos 14 años. Fue ella la que estuvo a mi lado en uno de los momentos más difíciles de mi vida, cuando recién me había cambiado de casa y de colegio, y sentía que no pertenecía a ese nuevo mundo. Ella fue mi muda compañera, testigo de tantos llantos.


Era vivaz, inteligente y porfiada como ella sola: si algo se le metía en la cabeza no había forma de sacárselo. Ya no sé bien cómo sucedió, pero lo cierto es que se convirtió en la reina de la casa, tirana y ama absoluta de nuestros dominios familiares.

Tenía técnicas para todo: si tenía hambre, entonces iba a la cocina, tomaba con su patita la puerta del mueble del lavaplatos (donde guardábamos su comida), la apartaba y la soltaba para que sonara. Con 2 ó 3 de esos ya tenía suficiente: sabíamos que tenía hambre y había que llenarle el plato.

Si tenía frío se echaba justo en el lugar donde siempre poníamos la estufa; si quería entrar a la casa daba unos suaves golpecitos a la puerta que yo me acostumbré a identificar de los otros que hacía el viento.

Cuando se enojaba conmigo, me miraba con desprecio y se echaba dándome la espalda. Me hacía sentir tan mal que buscaba una forma para que me disculpara.

Nunca fue muy cariñosa, pero curiosamente ese mismo hecho hacía que sus extrañas y aisladas muestras de afecto fueron valiosísimas para mí. Un par de veces al año se ponía mimosa: dormía en mi cama, ronroneaba, dejaba que la acariciaran mucho rato y me miraba con ojitos brillosos. El resto del año, su dignidad real se lo impedía.

Sin embargo, cuando se sentía indefensa, siempre recurrió a mí. Se iba a echar a mi cama y esperaba que yo la tranquilizara a punta de mimos y regaloneos. En eso, la Niña siempre tuvo las cosas claras: conocía perfectamente la jerarquía de la casa... o por lo menos ella se hizo una propia.

Mi mamá era a quien podía despertar a las 6 ó 7 de la mañana cuando tenía hambre; mi hermano era el que tenía una cama cómoda y siempre deshecha como para hacerse un nidito; y yo era su mamá, a quien recurría en los momentos difíciles.


Así era mi Niña, mi gata mimada, mi compañera por más de 12 años y mi hija, la gata hermosa y adorada a la que hoy tuve que enterrar.

Hace un poco más de un mes la comenzamos a notar rara: comía menos y tenía una leve cojera, así que decidimos llamar al veterinario. En principio no le encontró nada mal, pero en un par de días se deterioró tanto que decidimos tomarle exámenes. El resultado fue demoledor: leucemia felina.

Hice todo lo que pude, le compramos comida especial y comenzamos su tratamiento, pero día tras día el panorama empeoraba y ya no sabía que hacer. Mi gata, otrora linda y orgullosa, se había convertido en una sombra de ella misma: postrada, adolorida y somnolienta. Una vida que ya no era vida.

Fue en ese minuto que me di cuenta que me he pasado más de la mitad de mi vida con esta sensación de pérdida permanente que es la enfermedad. Me pasó con mi papá desde que tenía unos 15 años y ahora me pasó con otro de los seres que más quiero en este mundo: mi gata.

Me faltan palabras para describir todo lo que la quiero y todo el dolor que siento en estos minutos, pero escribir esto es para mí un último homenaje a ella, por todo lo que me entregó. Tuve la suerte de tenerla conmigo durante más de 12 años y la suerte de que muriera en mis brazos, mientras yo la acunaba.

Hoy mi gata se fue a dormir para siempre y ahora descansa en mi jardín, bajo un macizo de flores que compré especialmente para ella y que espero que florezca hermoso esta primavera.






Este va por ella...

15 comentarios:

Any domingo, septiembre 20, 2009 11:31:00 p. m.  

Entiendo tu pena, los bichos se convierten en reales amigos y se hacen querer. Cuando se van uno los extraña como a una persona, y se puede tener otro pero nada reemplaza "ese". Ese quedará para siempre en nuestro recuerdo como alguien que nos acompañó un trecho del camino. Asi será con la Niña, era muy linda!
un abrazote grande

730 lunes, septiembre 21, 2009 12:41:00 p. m.  

Lamento mucho tu pérdida. Todos los que hemos tenido una mascota que es parte de la familia sabemos que su partida deja un vacío difícil de llenar.

Myriam lunes, septiembre 21, 2009 1:18:00 p. m.  

Any: así es. Ella no era 'como una persona', ella era parte de mi familia y, de todas las mascotas, la más querida. Gracias por tus palabras, Any.

730: es simplemente un vacío y hay que acostumbrarse a vivir con eso. Gracias por pasar =)

Neogeminis Mónica Frau lunes, septiembre 21, 2009 4:05:00 p. m.  

Con cuánta ternura has escrito este post!!!...se ve todo lo que la querías. Será muy doloroso por un tiempo, pero después poco a poco irás recordando los ratos alegres, la vida compartida y eso será un tesoro nadie te lo podrá sacar nunca.
Era una belleza tu Niña!...preciosa.


un abrazo.

corey lunes, septiembre 21, 2009 4:06:00 p. m.  

Mi ms sentido y sincero pesame, las perdidas siempre son perdidas, si distinciones entre personas/animales. y como tales hacen una mella en el corazon.
Si necesitas algo, en lo que pueda ayudarte cuentas conmigo.
T.S.S. Corey

Myriam martes, septiembre 22, 2009 10:50:00 a. m.  

Neogeminis: yo creo que ambas cosas (el dolor y los buenos recuerdos) siguen estando vivas por más que pasen los años, sólo que con el tiempo el dolor toma su lugar en el corazón y se hace más manejable. Un abrazo.

Corey: muchas, muchas gracias. Saber que tengo ese cariño ya me hace esbozar una sonrisa :)

Jorge Román martes, septiembre 22, 2009 5:16:00 p. m.  

Tuve la suerte de conocer a la Niña y el tremendo privilegio de que me aceptara hacerle cariño unas 3 o 4 veces (hasta me ronroneó). No he conocido nunca una gatita más inteligente y orgullosa que ella y difícilmente podré olvidarla, con sus botines blancos y su mirada de reina.

Un gran abrazo y espero que las flores crezcan grandes y coloridas.

Nancy martes, septiembre 22, 2009 5:59:00 p. m.  

Lamento mucho que hayas perdido a tu gatita, a tu Niña linda. La historia que cuentas se parece tanto a la del Rufino, el gato de mi casa. Yo acabo de enterrar hace dos semanas a mi Gousha, mi perrita de siete años... No pude hablar mucho de ella, no puedo escribir de ella sin que se me llenen los ojos de lágrimas.
Te comprendo perfectamente, tu Niña era una más de la familia. Te mando un gran apapacho.

Anónimo,  martes, septiembre 22, 2009 8:46:00 p. m.  

Argh! La vida es una mierda... y despues te moris. Mis mas Furiosas condolencias.


Saludos!
K

Myriam martes, septiembre 22, 2009 10:05:00 p. m.  

Un dios pagano: es cierto, tuviste la suerte de ser favorecido por el cariño de la Niña. Gracias por pasar, amor.

Nancy: yo también te mando un gran abrazo. Entre las personas que tenemos mascotas (en realidad miembros de la familia de 4 patitas) nos entendemos. Siento mucho lo de tus animales también. Lo bueno es que uno siempre podrá recordar los bellos momentos que nos entregan.

K: gracias K. Y por cierto, tú que tienes gato, preocúpate de hacerle el examen y ponerle la vacuna contra la leucemia. Saludos!

MelyPaz miércoles, septiembre 23, 2009 3:14:00 p. m.  

Dama, mi sentido pésame y un abrazo. Estoy segura de que la Niña vivió feliz hasta sus últimos días, y eso es lo que importa =)

Saludos.

Quiltro jueves, septiembre 24, 2009 10:03:00 p. m.  

gracias por el enlace del buen brahmín. No lo había leído y después de leerlo quede casi igual.. no se concluye nada, si vale la pena saber mucho o la felicidad de saber poco.
debe haber un punto medio, en donde lo que importa no es saber sino lo que haces con aquello, si aprendes a vivir feliz con lo que sabes. Quizás felicidad y saber no son palabras que tengan interacción alguna. Me gustaría más que saber cosas, vivir las experiencias, sentirlas y recordarlas. Algo no tan teórico, sino mas de piel. Entre saber como se hacen las sustancias que venden en la micro, y comprarme unas y comerlas, obvio que me voy a lo segundo.
Saludos!!!! y gracias por leer

Quiltro jueves, septiembre 24, 2009 10:04:00 p. m.  

PD: Sobre tu mascota, sólo puedo decir que uno a veces nunca sabe quien domestica a quien. Por eso amo a los animales, aunque los gatos me den alergia, y su perso no me atraiga. Igual hay en ellos magia.

Myriam viernes, septiembre 25, 2009 11:56:00 a. m.  

Mely: gracias, niña. Yo también lo creo y eso me hace sonreír aún en medio de las lágrimas. Un abrazo.

Quiltro: no sé si exista el punto medio (la mayoría de las veces pienso que no). Creo que es tiene que ver con cómo somos y las decisiones que tomamos. Yo, por ejemplo, me asumo una criticona (bastante insoportable a veces), pero eso es algo que me gusta. Gozo discutiendo y buscándole las 5 patas al gato. El problema sería que no me gustara y en ese caso me tendría que tomar una Bilz y Pap. Saludos!

Blogger Pechocho lunes, septiembre 28, 2009 1:47:00 a. m.  

el ciclo de la vida...

y es lugar común, comunísimo, pero de cierta manera ya tiene legado virtual la Niña...

Saludos!

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