viernes, 12 de septiembre de 2008

Pecado capital: IRA (El mundo en rojo)

No es mi pecado favorito ni el que me da más placer, pero debo reconocer que con frecuencia me encuentro navegando en sus torrentosas y rojizas aguas.

Con el tiempo he ido aprendiendo a conocer mi ira y sus pasos. Porque la mía es una ira ordenada, casi siempre avanza paso a paso en la escala de mi enojo, siguiendo un plan hasta que logra dominarme por completo. Yo soy de esas personas que pueden llegar a ver el mundo en rojo.

Parte con algo simple. Generalmente es porque pierdo la paciencia o mi orgullo se ofende (la estadística lo avala). Puede ser por algo muy pequeño, un problema no dicho/resuelto o simplemente porque ese día no me pillaron de humor. Hasta que asesinen a un tal Francisco Fernando puede hacerme enojar.

Hasta ahí nada grave. Menos palabras, más silencio y más sarcasmo, "solamente". Quizás alguna mueca de amurrada, una respuesta algo hiriente, un tono cortante. Sin embargo, desde el momento en que cualquiera de estos síntomas aparece, la escalada es inevitable.

Traspasar mi enojo desde una persona en particular hacia el mundo es sólo un trámite. Ver la cara de la persona que en ese minuto detesto en cada cara es un hecho. Ya en este punto la cosa sobrepasa a un simple enojo y se convierte en odio al mundo entero.

Curiosamente este es un sentimiento liberador. Que te den un motivo para enojarse contra todos de una es algo que me gusta... el problema es que al mismo tiempo me siento culpable, no de este odio masivo (y medio emo, hay que reconocerlo), sino porque suelo tratar mal a los que tengo más cerca en ese minuto (que usualmente se trata de la gente que más quiero).

Desde silencios incómodos, pasando por sarcasmos, miradas asesinas y portazos... todos esos recursos que, por ser más sutiles que un simple 'ándate a la mierda', duelen mucho más. Lo sé. Y no me gusta. Y mientras actúo como una maldita, lo pienso, me arrepiento y me culpo... y me enojo conmigo misma. Y ahí me voy a la mierda.

Me enojo con alguien, me enojo con el mundo, me enojo conmigo misma y encima me siento culpable... y por una milésima de segundo todo se tiñe de rojo para mí y nada importa.

El mundo entero arde de rabia porque yo ardo en el infierno mismo de esa ira que te come la consciencia, que te atonta, que no te permite pensar con claridad, que te ciega. Todo se consume bajo un fuego violento y rojo, yo misma me quemo con él. Siento cómo sube por mis puños apretados, por mi garganta... cómo retumban los latidos de mi corazón... cómo se me sube a la cabeza como el más fuerte de los tragos...

Así es mi rabia: silenciosa y violenta. Dañina y liberadora.

¿Un consejo? A no ser que me conozca muy bien o esté dispuesto a un recibir un par de pesadeces gratuitas, cruce a la vereda del frente y deje pasar un buen rato antes de saludarme (o mejor aún, espere que yo lo haga).

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