Houston, las defensas nos atacan

Desde el jueves pasado mi cuerpo está en pie de guerra. El primer enemigo a eliminar eran los malditos bichos que me tenían estornudando cada 5 minutos, con congestión nasal y sintiéndome en permanente estado de pavo al horno.

Hasta ahí algo de rutina, si no fuera porque ese mismo día en la noche se agregó el factor "muelas del juicio". Me acosté con un poco de dolor, sintiendo que algo andaba irremediablemente mal, pero con la porfía que me caracteriza, centré mis esperanzas en que el sueño y un nuevo amanecer se llevarían consigo mi dolor de muelas.

Obviamente, eso no pasó. Al contrario, al día siguiente me desperté con todo el lado izquierdo de mi boca hinchado y con un dolor de la putamadre. Con mi ánimo por el subterráneo me levanté a tomar desayuno. Mi mamá y mi hermano estaban en sus respectivos trabajos y yo, con mi dolor de muelas a cuestas, me sentía el ser más insignificante del mundo. Apenas podía abrir la boca para comer algo.

Volví a mi cama. Ni siquiera podía leer porque en mi mente sólo había espacio para un pensamiento: me duele.

Esperé que llegara mi mamá, como si fuera una niñita de 5 años. Necesitaba que alguien me dijera que estaba bien, que iba a pasar. Dejé que mi mamá me hiciera almuerzo y que me llevara al hospital, que me comprara agua mineral y que me hiciera cariño.

A las 2 horas estaba de vuelta en mi casa casi sin dolor y con una gran dosis de corticoides circulando por mi cuerpo.

Al día siguiente, las radiografías comprobaron que mis dos queridas muelas del juicio del lado izquierdo estaban saliendo, 'semi impactadas' con sus vecinos. El problema: no pueden extraérmelas hasta que se me pase el resfrío mal cuidado que vengo arrastrando.

Desde entonces, mi día se divide en las horas de mis pastillas: cada 6 horas el analgésico-antiinflamatorio y cada 12 el antibiótico. Gracias a eso no me duelen las muelas, ya casi se me quitó el resfrío y tengo el estómago hecho puré.

El domingo y el lunes la acidez y algunos síntomas de reflujo me tenían a punto de mandar los remedios al carajo. Y eso que me cuidé. Comía algo con cada dosis y me tomé no sé cuántos litros de leche, esperando que aquel miserable sacrificio dejara tranquilo a mi rabioso dios estómago.

No estoy al 100%, pero al menos ya no tengo esa maldita sensación de que me tragué a un Jonás y que está intentando hacer una hoguera en mi panza. Ahora 'sólo' me queda esperar una semana más (preventivamente) y proceder a sacar al par de hermanitas que comenzaron toda esta joda. (Aunque no puedo evitar pensar con miedo en que mis encías van a quedar con hoyitos, como una especie de Franja de Gaza bombardeada).