martes, 18 de noviembre de 2008

Mi hermano

Recuerdo eternas tardes de verano, cuando con mi mamá nos íbamos después de almuerzo a la plaza de la esquina a leer. Yo tenía poco más de 5 años y mi mamá me leía "Ami, el niño de las estrellas" y "La Vuelta al Mundo en 80 días". Con su enorme panza se echaba en el pasto, al lado mío, y, mientras yo veía fascinada las ilustraciones que mostraban al gran Phileas Fogg yendo de un lado para otro, ponía atención a la cristalina voz de mi madre.


En abril de ese año nació mi hermano. Mi único hermano. Hacía mucho frío cuando lo fui a ver a la Clínica el día que nació. La verdad yo no me acuerdo mucho. Mi tía me contó la historia de cómo la pequeña de cinco años y medio, abrigada con su poncho, iba de su mano cantando una canción que sonaba algo así como: "shabadá shabadá", mientras no paraba de reír entre nerviosa y feliz.


Se trataba de un descubrimiento, una cosa nueva. El hermanito tan anunciado finalmente había salido de la panza de mamá y ahora era un bebé pequeño, rojo y gritón. Llegó a revolucionar mi casa y mi vida, que hasta entonces correspondía a la vida de una pequeña de cinco años y medio, criada como hija única (no por ello una princesita malcriada), regalona (sobre todo de mi papá) y siempre mirada con recelo por mi abuela (paterna).


Mi hermano rápidamente se convirtió en el regalón de mi mamá y de mi abuela. Como mis padres trabajaban casi todo el día, quien nos cuidaba era ésta última. Mi abuela, que jamás había pasado a mi mamá, que jamás había demostrado mucho cariño hacia mí (el hecho de que me pareciera tanto a mi mamá sólo empeoraba las cosas), cayó rendida ante el pequeño reyecito. Según ella le recordaba a mi papá cuando era pequeño.

Casi no me dejaba ver a mi hermano y nunca me dejó tomarlo en brazos. Me decía que yo tenía las "manos de hacha", que se me podía caer, que le podía hacer daño. Hasta el día de hoy no puedo tomar a un bebé en brazos por temor a que realmente le pase algo. La única instancia en que podía estar con mi hermano era cuando llegaba mi mamá en la noche, y me pedía ayuda para bañarlo, y los fines de semana.


Desde chico fue nervioso, llorón y mimado. Me sacaba de quicio que, sin casi mediar provocación, se pusiera a llorar y que mi mamá le diera siempre la razón. Todo lo asustaba. Me acuerdo que yo lo perseguía por la casa de mi tía (cuando ya mis papás se habían separado) asustándolo con la famosa “mano pegaloca”... mi hermano le tenía terror. Cuando me hartaba, le pegaba.


Nunca tuvimos mucha cercanía física, no éramos de hacernos cariño o abrazarnos. Yo lo atribuyo a la distancia que desde pequeños mi abuela creó entre nosotros.


Pocos años después que mis papás se separaran, yo pasé a asumir un rol de autoridad con mi hermano. Lo mandaba a hacer las tareas, lo retaba cuando le faltaba el respeto a mi mamá y lo obligaba a ordenar su pieza. Muchas veces mi hermano me hacía más caso a mí que a ella. Por muchos años fui su padre, no su hermana.


De un tiempo a esta parte (digamos unos 3 ó 4 años) mi hermano se ha convertido, por fin, en mi partner. Por fin nos podemos tratar como iguales, hacernos bromas, reírnos como los cabros chicos que todavía somos, salir a comprar, a vitrinear e incluso a carretear juntos, ponernos de acuerdo para molestar a mi mamá, dividirnos las labores de la casa, comentar las noticias, escuchar música y conversar de cosas superfluas o profundas.



Mi hermano chico está grande. El año pasado salió del colegio y, mientras decide qué y dónde estudiar, está trabajando. Tiene amigos, se junta con ellos a echar la talla y tomar chelas, se compra ropa y discos... ya no es el pendejo mamón al que yo mandoneaba y le pegaba. Ahora es un tipo con las cosas más claras, más fuerte, con más herramientas para enfrentar la vida, inteligente y despierto.


Me emociona hablar de mi hermano, ver lo que ha crecido él y cómo ha crecido nuestra relación. Confieso que quiero al cabro chico, que me muero si le pasa algo y que sería capaz de llegar hasta el fin del mundo si él me necesita.

Quizás tuvimos que recorrer todo este camino para llegar a donde estamos. Desencontrarnos para volver a encontrarnos. Pelearnos, gritarnos y hasta pegarnos. Ser su padre para aprender a ser su hermana. Quién sabe.


9 comentarios:

Anónimo,  martes, noviembre 18, 2008 11:44:00 p. m.  

Me cayo bien tu hermano. Le hace flta un hermano mayor eso si, aunque como hermana parece que no lo has hecho mal =)

Saurio miércoles, noviembre 19, 2008 2:25:00 a. m.  

Esos hermanitos, aunque ya estén peludos, tarde o temprano terminan siendo casi como hijitos nuestros.
Cabrones...
Cuídate!!

Anónimo,  miércoles, noviembre 19, 2008 8:23:00 p. m.  

Que lindo post este.
La relación con los hermanos es asi, uno se mata de chicos, se pelea, compite, pero llega un momento en que la relación cambia y pasamos a ser amigos, confidentes, aliados.
Son los únicos con los que uno puede compartir los recuerdos mas intimos de la casa, de los padres, con nadie mas se da eso.
Claro, como no te va a emocionar verlo crecido y listo para salir a la vida!
Te queria comentar que me llamó siempre la atencion en Chile lo lindas que son las plazas y lo mucho que las disfruta la gente. Recuerdo haber escuchado un par de conciertos hermosos en una especie de glorieta que suelen tener (casi siempre) en el centro de la plaza.
Aca la gente no les da tanta bola a esos espacios. Una lástima.
besos
Any

Myriam jueves, noviembre 20, 2008 11:20:00 p. m.  

Boo: al menos he tratado de dar lo mejor de mi =P... con lo de hermano mayor... ehmmm... no sé =P

Saurio: jajajajaja... cierto, pero cuando crecen se transfoman en cabrones más simpáticos (al menos en mi caso).

Any: gracias, sip, es lindo eso de los hermanos.
Qué curioso lo que mencionas de Chile, porque acá generalmente se basurea mucho a Stgo. (a mi, que soy una rata de ciudad, me encanta) y se le tiende a comprar con Baires (por ejemplo) que 'si es una ciudad culta y cosmopolita'... bah.

Saludos y gracias por pasar! n_n

Jorge Román viernes, noviembre 21, 2008 12:20:00 p. m.  

Me emocioné.

Yo echo de menos a mi hermano mayor.

Any: es cierto que todavía en Chile las plazas tienen un papel importante, pero en verdad están quedando cada vez más desiertas, especialmente en Santiago. Es que la paranoia de la "delincuencia" los tiene a todos confinados en sus casas rodeadas de cercos eléctricos.

Anónimo,  viernes, noviembre 21, 2008 6:10:00 p. m.  

Myriam

Me gusta mucho Santiago, la ciudad, la gente, tiene lugares realmente lindos, tengo montones de buenos recuerdos.
No tiene nada que envidiarle a Baires; igual yo alli soy una turista tambien porque no soy porteña, soy de Rosario.
Me llamó la atención lo concurridas que estan siempre las plazas porque aqui no es asi; generalmente van los chicos a jugar y los viejos a tomar sol o leer el diario. Son distintas.
Te mando un beso
Any

Camila Mardones domingo, noviembre 23, 2008 12:18:00 a. m.  

Qué ternura de Post.
Myriam te dejo un beso eh

Diego domingo, noviembre 23, 2008 3:35:00 a. m.  

¡Nooooo, "Ami, el niño de las estrellas"! Pucha, que ni me acordaba ya de eso, me encantaba ese libro, gracias por el lindo recuerdo :-)
Yo tengo dos hermanos (mellizos), y mis padres también son separados, así que la de historias que tengo para contar... sólo que yo no les pegaba, pobrecitos :-P

Myriam domingo, noviembre 23, 2008 9:49:00 p. m.  

Dios pagano: por suerte pronto vas a poder verlo, aunque sea por poquito tiempo n_n

Any: yo me confieso citadina. Amo la vida de la ciudad, salir a recorrer las librerías, ir a tomarme un helado al parque y caminar por calles lindas (sobre todo en otoño!). Besotes.

Camila: a veces me pasa eso de la ternura... jeje =P

Diego: "Ami" marcó a nuestra generación. Un amigo mío dividía al mundo entre la gente que amaba "El Principito" y la otra que prefería "Ami" (entre los que se contaba él... yo no soy tan radical... o sea también está "Juan Salvador Gaviota" y "Las Crónicas de Narnia", no? =P

Saludos y besos para todos! n_n

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