Anoché dormí con K. Dick

Anoche me quedé dormida junto a Phillip K. Dick. Lo sostuve entre mis brazos, lo acaricié con mis manos. Mis dedos recorrieron su piel era blanca como la nieve, un poco áspera al tacto y dura.

Lo veo todavía tendido sobre mi cama y pienso que será otro romance fugaz, una semana, tal vez dos...

Pero serán dos semanas apasionadas. Dos semanas donde trataremos de vernos todos los días. Donde lo tendré en mi cama sólo para mí. Dos semanas de romance intenso donde nos tocaremos, nos aprenderemos a conocer, donde interpretaré sus palabras con mi imaginación, donde iré desvelando sus secretos.

Dos semanas donde el entramado de sus palabras irá cubriéndome, enredándose en mi cuerpo y metiéndose en mi cabeza. Sus palabras construirán mundos donde yo iré a dormir cada noche.

Desde Homero hasta Bocaccio, incluso Shakespeare. Sade y Wilde. Bradbury, Borges, Gheorghiu y Ende. Decenas y docenas han pasado por mi cama. He dormido con todos ellos. Y yo los quiero a todos. Quiero devorarlos. Quiero que sus palabras me lleven al cielo, quiero sentir la emoción en la yema de mis dedos cada vez que paso a la página siguiente.

Incontables veces el sueño me ha alcanzado mientras los abrazo, mientras me aferro a ellos esperando sumergirme en su mundo, sentir su aroma, escuchar su voz. Que sean ellos los que me susurren cada palabra que baila alocada ante mis ojos, mientras el sueño me vence.

Sueños profundos, sin colores, sueños cansados, donde uno se despierta queriendo saber dónde está. No importa. No importa donde estás. Está él entre tus manos. Está él entre tus dedos. Lo puedes ver, tocar y leer, pero a la vez son lejanos y complejos, inasibles. Te miran desde el otro lado, sonriendo, mientras tú nadas a través de un océano de palabras, hundiéndote en el sueño, aferrándote a tu amante de turno.